viernes, 22 de agosto de 2008

Del Amor Y Otras Tonterías - By Renato Cisneros (Parte 1)

Un chico y una chica se conocen en una fiesta. Se gustan. Antes de retirarse ÉL le pide el número de teléfono y a los pocos días la llama para invitarla a salir. Salen. A la segunda salida se dan un beso. Cada vez se gustan más, se desean. Un viernes, después de ir a bailar, hacen el amor en un hotel. Salen durante uno, dos meses. Actúan como enamorados. Se telefonean cada dos días y se monitorean con mensajes de texto. Una noche, en la cama, ELLA le dice a boca de jarro que lo ama. Es evidente que está más enamorada que ÉL (siempre hay uno que se enamora más que él otro). ÉL no quiere decirle que la ama, pues no está seguro de sentirlo, pero montado sobre ELLA, entrando y saliendo de su cuerpo, a punto del orgasmo, cree amarla y se lo dice balbuceándolo en su oído. ELLA no olvidará ese momento.



Continúan saliendo. Se sienten muy afines. Son casi una pareja formal, aunque no formalizado su relación con preguntas obsoletas (aunque útiles) como “¿quieres estar conmigo?”. Mientras más sexo tienen, ÉL se siente más compenetrado, más protector, más seguro. Deja salir al duende romántico que tenía exiliado en una gaveta de su cerebro y empieza a escribir poemas, a hacer regalos de todo pelaje y, sobre todo, a decir un montón de frases hermosas y grandilocuentes que llevan el peligroso eco de lo eterno.



“Siempre te voy a amar”, le dice ÉL una tarde, a la salida del cine. ELLA lo abraza y deja caer un leve lagrimeo. No soporta tanta felicidad. Cree que, efectivamente, esas cinco palabras son la garantía de que ÉL nunca se irá de su lado. No sabe que esa frase (siempre–te–voy–a–amar) es solo un impulso, un hipo, un arranque honesto y bien intencionado, pero nada más. Decirle a alguien “siempre te voy a amar” es tan precipitado como asegurarle que dentro de dos semanas un camión cisterna se estrellará contra su casa, o que un aerolito caerá dentro de un año en su jardín.



Lo que ÉL ha debido decirle, en todo caso, es algo así como “hoy, aquí, mientras estamos saliendo del cine, acaso inspirado por la película romántica que acabamos de ver, siento que algo de mí te ama”. Pero, claro, nadie dice esa cosa tan ponderada, desmenuzada, racional y aburrida. A todos nos gusta soltar la lengua, creernos los actorcitos, irnos de muelas y empapelar nuestras relaciones con tempranas sentencias que, más tarde, cuando el amor pasional desfallece y aparecen las dudas, regresan como un boomerang a pegarnos en la cara.


ÉL y ELLA siguen juntos cuatro, cinco, seis meses. Están relativamente bien. Ya no tienen tanto sexo volcánico como al inicio, ni van tanto al cine, pero, bah, son otros los lazos que los unen (si le preguntaran a ÉL, diría que los une la libertad incondicional; ELLA, en cambio, diría que los une la proyección, el futuro). De pronto, un día, ELLA plantea la formalización. Quiere que se coloquen mutuamente el cartel de ‘enamorados’ delante de toda la platea de amigos, parientes y demás. Ya basta de ser amigos que se acuestan.



Si les ha ido bien hasta ahora, por qué no dar otro paso, piensa. Ahí se produce la segunda vuelta de tuerca: ÉL deja salir al mono neurótico que escondió en algún lado de su inconsciente y se asusta. Se resiste a cambiar las cosas y da un paso al costado. Le dice que no, que están bien juntos mientras sigan sujetos a su libre albedrío. ELLA llora y le recuerda, una por una, todas las cosas que le dijo al inicio, todas las promesas, todos los regalos, pero sobre todo le recuerda el bendito día en que, a la salida del cine, le dijo “siempre te voy a amar”. ¿Dónde estaba ahora ese ‘siempre’? ¿Acaso había sido mentira?



Cuando escucho historias como esa (y vaya que las escucho seguido), enseguida pienso que las palabras que decimos son como grilletes que, sin saber, nos vamos ajustando en las muñecas y en los tobillos. Cuando tratamos de liberarnos y recuperar la soltería, esas palabras cobran vida y no nos permiten fugar. Son como plantas carnívoras que nos mordisquean para que no olvidemos que nosotros les dimos vida al pronunciarlas tan impunemente.



Nuestra pareja nos torturará mostrándonos, subrayadas si es preciso, las cartas de amor que les escribimos, los mails entrañables que les mandamos, el inspirado verso que una noche compusimos en una servilleta de restorán. Como un ama de casa enfurecida que castiga a su perro arrastrándolo hasta la sala para que huela la mancha de orina que traviesamente dejó, así, igualito, nuestra pareja nos refunfuñará para que no volvamos a prometer lo que no estamos en capacidad de cumplir.

¿Cuántos de ustedes, lectores rasguñados, han repasado, una por una, las cartas y correos que una ex les mandó? ¿Cuántas veces la han puteado con el alma por haberles dicho esas palabras preciosas que luego, como por arte de magia, se hicieron aserrín? O al revés: ¿Cuántos de ustedes han tenido que pedir perdón, cabizbajos, por no haber podido sostener en el tiempo una frase memorable que, en su momento, fue dicha con el corazón en la mano? ¿No les parece extraño que las mismas palabras que sirvieron para unir al final estimulen el distanciamiento?



Creo que el diccionario amoroso va variando en la medida que los sentimientos se transforman. Hay quienes afirman que el amor –es decir, el fogonazo, la pasión química que hace posible cualquier relación dura solo unos pocos años.
Cuatro, a lo mucho. Es como una gasolina de alta viscosidad que nos hace arrancar a velocidad hasta que un día, en medio de la nada, se agota. Por eso es sano pensar que el amor, igual que el combustible, no dura para siempre.
Una vez que los músculos del corazón se relajan, son otros los afectos en juego: la amistad, la lealtad, la aclimatación a la costumbre, pero también el desapego, la rutina, el hartazgo, la indiferencia.



Continuará… ¿Cuánto dura el amor?

7 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Glenn K. dijo...

Todo esto del amor es tan complicado... en ocasiones no te niego que me siento solo, pero otros (quizá el miedo de otra caida) me dejan tranquilo con mi soledad....

Un gusto leerte!

Anónimo dijo...

El amor es recomplicado algunas veces me he hecho la misma pregunta por q me dijo eso!! si no lo sentida de verdad!! creo q debemos pensar bien las cosas antes de decirlas para no herir sentimientos!! Lindo blog!!!

Anónimo dijo...

Lo que pasa es que uno se deja llevar por el momento y suelta esas palabras, que tal vez en profundo raciocinio no podría decirlas.

¿Es que a veces hablamos sin pensar o pensamos sin hablar? Ambas.

La cuestión es que sólo pensamos en lo que sentimos y no en lo que siente la otra persona, pero sobre todo, no pensamos en las consecuencias.

Bonito blog.

Perceptor dijo...

Por primera vez ese problema lo estoy pasando ahora mismo.

Mejor estár sin pareja...
Pienso yo.

Jaz dijo...

Fumanskita:
mi primera vez leyendo tu blogg.
Me divertí, me gustó bastante.
:)

Fumanskita dijo...

Gracias a todo! deje este blog de lado porque es trabajoso investigar y dar un buen tema pero no lo cierro porque tiene buenas cosas!