
La impotencia no es sólo es una conducta humana sino que también es experimentada por los animales, los cuales ante una situación desesperada, pueden seguir dos conductas prácticamente opuestas: La primera es una continuidad de movimientos y la segunda es la quietud extrema.
Los seres humanos reaccionamos de diversas formas ante la impotencia pero las más frecuentes guardan estrecha relación con las mencionadas sobre los animales. Hay personas que ante la impotencia se deprimen pero otras se irritan y se tornan coléricas. Según mi investigación muchos concuerdan que el camino adecuado no es negarla y vivir como si no pasara nada, lo que conviene es dejarla sentir.
Sentir impotencia no es algo negativo, es ser real y debemos asumirla con tranquilidad. Todo depende de que tan alto se coloque la vara con la que se mide la situación, es decir, hay personas que se sienten impotentes si no resuelven un problema por completo.
En un estudio clínico, alguien cronometró el tiempo que duraban las visitas médicas a cada habitación. La conclusión fue interesante: el tiempo de permanencia de los doctores con cada paciente era inversamente proporcional a la gravedad del enfermo. Es decir, que con los enfermos que estaban al borde de la muerte, los médicos pasaban menos tiempo. Se trata quizás de un mecanismo inconsciente de defensa: el médico no quiere ver la muerte porque también ve su propia muerte, ni quiere verse fracasado en la impotencia.
A cuantos de nosotros no nos ha pasado que un amigo se nos acerca con un gran problema y no podemos hacer mucho por ayudar, esa sensación de impotencia es una de las peores. Cuando esto ocurre, es recomendable recordar la siguiente frase: "El buen médico cura a veces, alivia muchas veces y consuela siempre".
